lunes, 20 de agosto de 2012

Morelia, Mich. México, 4 de Mayo de 2003.

Estas noches, desde tu carta, he pensado mucho en ti. Pienso en cómo no te conocí antes. Así pasan las cosas y tienen su razón de ser. 
El destino o casualidades son bromas pesadas con las que se anda. Me gustaría contarte... 
Tiene un nombre poco común, lo encontré como a tí, hace ocho meses. Desde que nos conocimos hubo esa conexión, nos traicionaba el corazón y nos comunicábamos en versos, entre metáforas, nos enamoramos, una relación inquebrantable. Poco después, terminó, se acabó el encanto, su inseguridad, la mía, su cobardía, la mía, la distancia hizo su contribución en la decadencia. No pude convencerlo de regresar, no insistí más, me pareció inútil. 
Apareces tú, con un nuevo brillo, una luz que había perdido; la comunicación con él se perdió por cualquier medio, me regresó a la vida solitaria y un tanto vacía. Desde entonces mi andar no es el mismo. 
Hace un par de semanas, con las aguas más tranquilas, una carta inquietó mis adentros y los violentó con recuerdos. 
A pesar de tu apacible e interesante compañía, los estragos no tardaron en manifestarse, en mis ojos, la confusión, angustia. No te puedo mentir, me es imposible ignorar su regreso. 
Si estoy confundida es porque tú presencia ha sido tan afortunada y oportuna que me hace sonreír. 
Me gustas, me interesas, me agrada la forma en que me tratas, me siento cómoda contigo y segura. 
No puedo dejarlo de lado, pero no quiero perderte.

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